Solo al final de tus días pude entender a cabalidad la misteriosa ligadura que une a todos los grandes. Es algo tan hermoso que al mismo tiempo nos duele en el alma cuando podemos ver a plenitud la consumación del hombre por un ideal máximo, por las grandes consecuencias que les va dejando en sus vidas personales.
John Coltrane, lleno de una fuerza de grandes proporciones para alcanzar un ideal, llegando a practicar 12 y 14 horas diarias durante muchos años, dejando una escuela establecida para la eternidad de cómo tocar un saxo tenor.
Oscar Peterson, grandioso pianista de jazz, a quien el gran Duke Ellington lo bautizara como el Maharaja de los pianistas “The greatest of The pianists”, dejando cientos de grabaciones y un legado de cómo lograr ser un pianista de relieve.
Nada es más valioso que la satisfacción del alma humana cuando ha logrado alcanzar su sueño máximo, trascender en base a lo que ha construido su sueño, su llamado, su ideal dando su vida; esa alma fue la tuya.
Entregaste el alma en cada paso, lloraste en tus noches de silencio espantoso donde te negabas a aceptar que tenías que tomar la decisión de llevarlo a un sacerdocio, una consagración por encima de lo establecido, de la sociedad, de la familia, de los sistemas, de las instituciones.
Fuera de la música tenemos muchos grandes que antes de morir sus hechos los inmortalizaron. Todos los conocemos. Por ejemplo: La Madre Teresa, quien lo diera todo por un llamado a su conciencia, a su alma, para sembrar sin esperar cosechar nada para su provecho, solo hacerlo por amor; un ser de luz.
Un ser humano sin título, sin inmunidad diplomática para hacer lo que le diera la gana, sin privilegios, sin barrilitos, sin cambiar constitución a su antojo, sin pararse ante un púlpito con un látigo en las manos diciéndote lo que él considera debes hacer, un político diciéndote que nadie tiene derecho a saber cómo has manejado los fondos de una institución que diriges, porque ahora es de su propiedad y de su familia.
Hoy estamos contemplando los minutos finales de otro grande, Nelson Mandela, un coloso que aunque rasgaron su piel, su cuerpo, su estómago, su libertad corporal, jamás lo hicieron doblegar su espiritualidad, su conciencia de saber con asombrosa exactitud para qué vino a este plano.
Un coloso que se negó a sí mismo la segunda oportunidad para dirigir su patria, un ser que no tuvo privilegios cuando su amada esposa resbaló y la ambición la hizo caminar en contra de la ley, tuvo que ir a la cárcel; no bajó su frente ante ningún poderoso del mundo, no colapsó ante las inmensas oportunidades de convertirse en otro más de saco y corbata.
Calvin “Cal” Ripken Jr., hizo de su carrera como Shorstop y 3ra Base de Los Orioles de Baltimore un sacerdocio, jugando durante 21 temporadas sin faltar un solo juego, acumulando 2632 juegos, hazaña que le hizo ganar el sobrenombre de The Iron Man, “El caballo de Hierro”, también sobrepasando la marca de los 3,000 hits.
Michael Jordan, considerado uno de los atletas mas sobresalientes del Basketball de todos los tiempos, acumulando un average promedio de 33.45 por juego, permitiendo esto inmortalizale durante su caminar por el deporte. Y pensar que a Jordan en el segundo año le negaron pertenecer al equipo de basquetbol de su secundaria por ser muy pequeño para su edad.
Solo algunos nombres en diferentes ramas del vivir, que han dejado huellas que jamás podrán ser borradas sin importar los modismos, imposiciones, que se afanen por hacerlo.
Si bien personas con estas misiones vienen dotadas de extraordinarios talentos, son los que nos sirven de aliento imitarlos, nunca lo alcanzaremos, pero son los motivos que nos hacen seguir, y mucho mas hermoso que todo esto son los grandes seres luces que sus huellas son invisibles porque al conocerlos entrar al alma, viven, nos enseñan y nos cobijan muchas veces haciendo grandes sacrificios de amor puro por todos nosotros.
Es nuestro gran premio haber nacido y convivido con ellos, luz a tu ser, hermosa y grandiosa criatura disfrazada de la sencillez de un ser humano.
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